21 de noviembre de 2008

Don Hilario

Ya no hay respeto en las milongas, masculló Don Hilario Chozas, mientras observaba el baile de las parejas en la pista.
Don Hilario (ahora Don, antes Hilario a secas) venía a la Sociedad de Socorros Mutuos desde hacía años. Aunque nunca bailaba, compartía con sus amigos la nostalgia sobre el mantel a cuadros. Aquí la había conocido a la ingrata, recordó por enésima vez, mientras fijaba la vista en el piso de gastados baldosones en damero.

11 de noviembre de 2008

Diagnóstico

Le habían prescripto una tomografía. Inmovilizado por cuatro cintas a una plataforma rodante, sintió que se introducía inexorablemente en el enorme cilindro de acero. Un corazón omnímodo lo engolfó. Quiso soltarse, pero no pudo. A oscuras, el aire no le alcanzó en medio de ese latido gigantesco que con cada pulsión borraba los triunfos, las derrotas, los recuerdos.
Concentró todas sus fuerzas en gritar.
Cuando el técnico que estaba al frente de los comandos oyó el grito, suspendió el proceso e hizo que la plataforma emergiera del tomógrafo.
Sobre ella, un bebé desnudo lloraba furioso y su cordón umbilical se perdía en la oscuridad del tubo de acero.

Corrector Líquido

Mientras trabajó como contador, tenía sueños maravillosos. Los recordaba al despertar, y durante el día -al pensar en ellos- se equivocaba con los números. En esa época usó grandes cantidades de corrector líquido.
Cierta vez la empresa prescindió de sus servicios. Siguió teniendo sueños maravillosos, pero como el contador y el corrector líquido se le habían metido adentro, a medida que despertaba cada mañana, los sueños se le iban borrando y sólo sabía que habían estado allí por el espacio blanco que dejaban en su memoria.

2 de noviembre de 2008

Amanecer

En un momento de la noche, cuando al despertar no sabría bien qué hora era, el timbrazo del teléfono la arrancó del sueño.

Tratando de despabilarse a pesar del somnífero, buscó torpemente el auricular con la mano izquierda y la perilla del velador con la derecha. Sólo esas dos acciones importaban: acallar el sonido urgente por un lado y encontrar la luz por el otro, porque sin luz no podría encontrar el maldito aparato, aplacar su reclamo, saber quién había marcado justo su número a esa hora (¿qué hora?), porque sin luz no hay esperanza y quien espera desespera, pensó.

Podían (¿quién? ¿quiénes?) haber esperado un poco más ¿no? A que fuera de día, a que estuviera despierta. Pero no, así estaba bien porque de día todo es real, no hay escapatoria. Algo cayó de la mesa de luz y ella se raspó la mano dos veces con el revoque desparejo sin encontrar ni la perilla del velador ni el teléfono.